Comentario al Evangelio de la Fiesta de Santo Tomás Apostol - Miercoles de la Decimo Tercera Semana del Tiempo Ordinario

03.07.2013 14:23

 Santo Tomás, apóstol (Jn 20, 24-29)

Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús.

También Tomás, como todo discípulo, es una mezcla de luces y sombras. Su comunión o sintonía con sus compañeros de comunidad deja mucho que desear. Se mueve a su aire; es muy suyo, muy independiente.

Si no veo en sus manos la señal de los clavos.

Tampoco se deja contagiar por la alegría de sus compañeros. Al contrario, es él quien la estropea. Se tiene por más inteligente que ellos y les considera crédulos e ingenuos.

Pero, como en Pablo y Pedro y en todo cristiano, lo que realmente importa no son las sombras en las que nos vemos envueltos, sino la luz y el amor que el Señor derrama sobre nosotros. Aunque no suele tener prisa por hacerlo. Con Tomás decidió hacerlo ocho días después.

Luego dice a Tomás: Acerca aquí tu dedo y mira mis manos.

En ciertos momentos clave de la vida del discípulo, Jesús no se anda con delicadezas. Son momentos duros para Tomás: confusión, vergüenza, humillación... Pero, como en un parto, es ahí donde viene a la vida el nuevo Tomás. Nuevo Tomás que se resume en las palabras: Señor mío y Dios mío. El nuevo Tomás, que arranca con esta gloriosa confesión, es fruto del amor de su Señor que le sale al encuentro. Ahora sí está fuertemente unido a la comunidad. Una experiencia como la suya no puede darse con independencia de la comunidad; es de él y es de todos.

Lo que Jesús hace con Tomás debe ser fuente de inspiración para mí, sabiendo usar las heridas del pasado para sanar las heridas del presente de mis hermanos.