Comentario al Evangelio Sabado de la Decimoquinta Semana del Tiempo Ordinario - P.Julio Gonzales C. OCD

20.07.2013 15:00

Mt. 12, 14-21: Jesús es el Siervo de Yahvé.

Nuevamente nos encontramos con Jesús enfrentado a los fariseos que le critican sanara a un hombre con la mano paralizada en sábado, en la misma sinagoga.  Es el momento en que los fariseos deciden eliminar a Jesús (v. 14); ÉL sigue haciendo el bien a quienes lo necesitan, sólo les pide que no lo digan a nadie. ¿Cuál es el motivo para imponer silencio? La prudencia le aconseja evitar nuevos controversias con los fariseos, necesitaba tiempo para exponer su doctrina y su mesianismo. Jesús se aparta de sus adversarios por un tiempo, parece pasado el tiempo en sus obras hablan bien de ÉL, continuará con sus obras pero no para que se hable de ÉL en una extensa zona. El evangelista nos propone otra razón de carácter teológico y una clave de lectura para comprender el mesianismo de Jesús: Jesús es el Siervo de Yahvé (cfr. Is. 42,1-4), que actuará sin ostentación, con sobriedad que busca a los pobres y necesitados, concederá la justicia a todos incluidos los paganos. Jesús, es el Siervo de Yahvé, en que se cumplen las esperanzas de las naciones, vive oculto en el misterio, pero se esclarece con su muerte y resurrección, en total sintonía con el hombre pecador, al que vino a rescatar para hacerlo hijo de Dios. Su retiro obligado, trasluce la figura del Siervo de Yahvé, que mantiene todos los dones con que Dios lo dotó desde e comienzo. Lo hizo Emmanuel, para salvar a su pueblo de los pecados (Mt.1, 21.23). Jesús es su Hijo amado, proclamado en el Jordán, en quien Dios se complace, allí el Espíritu Santo se posó sobre ÉL. Sus primeras palabras son acerca del reino y  el derecho divino sobre las naciones y no sólo Israel (v. 18; cfr. Mt. 4,17). El profeta contempla que en el futuro el Siervo de Yahvé no marcha como jefe de un ejército, sino que su obra es profundamente interna, sana de raíz y alienta. ÉL no porfía, ni grita, ni reúne en las plazas con ruido de palabras (v.19). La vocación de Jesús es la de consolar al abatido, curar las heridas, alentar el ánimo quebrantado, en forma delicada y amorosamente, inclinarse al pecador. Anunciará el Evangelio, no para discutirlo, sino para obedecerlo. Con esta actividad salvífica, poco llamativa, se realiza la vocación dada por Dios a Jesús, el Siervo, con lo que se hace triunfar el derecho: el reconocimiento de su soberanía sobre las naciones. Todas las naciones esperan en su Nombre, incluida Israel (v. 18). El camino del Mesías va de la máxima humillación a la máxima exaltación, de la oscuridad a la luz, también lo que les dice al oído habrá que proclamarlo desde las azoteas (cfr. Mt.10, 27). Este mismo movimiento, lo ve Juan, desde la bajada de la Palabra, el Verbo de Dios y su exaltación a la gloria del Padre (cfr. Jn.16, 28). La semilla del evangelio vive en una religión sincera, en aquellos que aman a Dios y al prójimo, vacíos de sí mismos, para dejarse invadir por el amor misericordioso de Dios. Como Jesús, optan por el servicio desinteresado por los demás con el espíritu de las bienaventuranzas. Si Jesús muere es porque libremente entrega la vida, en plena sintonía con el plan de salvación diseñado por el Padre para todo ser humano. La Cruz se alza desde entonces como esperanza nuestra, fuente de vida.      

El alma poética de Teresa de Jesús, nos invita en estos versos a descubrir en la Cruz el camino de la vida verdadera que nos dejó abierto con su ofrenda al Padre Jesucristo, el Señor por toda la humanidad. “En la Cruz está la vida y el consuelo, y ella sola es el camino para el cielo” (Poesía 19).