Comentarios a las Lecturas Biblicas del Martes de la Duodecima Tercera Semana del Tiempo Ordinario - P.Julio Gonzales C, ocd

02.07.2013 09:39

Lecturas bíblicas

a.- Gn. 19, 15-29: Llovió azufre y fuego sobre Sodoma y Gomorra.

b.- Mt. 8, 23-27: Increpó a los vientos y al mar, y vino una gran calma.

La intención del evangelista es presentarnos a Jesús a sus discípulos como dueño de las fuerzas de la naturaleza, a la comunidad eclesial, y no solo que pueda haber calmado el mar. Ahora Jesús sube a la barca y los discípulos le siguieron, rasgo fundamental a la hora de delinear el itinerario del apóstol, su íntima unión con el Maestro, participar de su destino, entrar en el Reino de Dios, por la obediencia y la confianza. Le siguieron. En medio del mar, en realidad del lago de Genesaret, se levanta la tormenta, lo que hace ingobernable la embarcación incluso para los más experimentados pescadores, cuando las olas la invaden. Mientras tanto Jesús duerme en medio de la tormenta, zarandeada la barca por la fuerza del mar. Jesús está escondido en Dios, su vida no está en riesgo, en cambio, los discípulos lo despiertan diciendo: “¡Señor, sálvanos, que perecemos!” (v.25). Es todo un llamado de desesperación y angustia, pero además de confianza. Sólo ven a Jesús y su problema, sólo ÉL les puede librar del peligro, de nada vale su experiencia pues eran pescadores. Además del significado literal nos hundimos o perecemos, posee un sentido espiritual, perecemos en este trance mortal, se ha perdido toda esperanza. Ante el peligro de la vida, parece que la vida interior también perece sin esperanza.“Díceles: ¿Por qué tenéis miedo, hombres depoca fe? Entonces se levantó, increpó a losvientos y al mar, y sobrevino una gran bonanza. Y aquellos hombres, maravillados, decían:¿Quién es éste, que hasta los vientos y el mar leobedecen?” (vv. 25-27).La fe en Jesucristo, es fuente de confianza, lo que a los discípulos que estaban con ÉL en la barca, les faltó en se momento crucial. Hombres de poca fe, los define Jesús, pero cuando Mateo escribe, la propia Iglesia está siendo perseguida, como barca en medio de un mar en borrasca. La actitud de los discípulos, es por lo menos desconcertante, porque por una parte creen en Jesús, pero por otra, temen hundirse lo que habla de una fe todavía débil. A una sola palabra de increpación del Maestro y Señor, el mar y los vientos se calman, se serenan. El asombro, acompañado del miedo, en esos hombres acostumbrados al trabajo en el mar, ante algo imprevisto, que sabían que podía suceder, corresponde la actitud del que todavía no confía plenamente en Dios. Debían haber confiado en ese poder salvador de  Jesús con la fe y la confianza de quien cree, por sobre el poder de la bravura del mar. Este milagro nos enseña que Dios está obrando en Jesús con poder y victoria sobre los elementos de la naturaleza, sobre la muerte. Recordemos que el mar era símbolo de fuerzas contrarias al hombre, según se creía en esa época.  Esta es la convicción del verdadero discípulo y de toda la comunidad eclesial: Jesús salva de la muerte. Llegarán a confiar que están en las manos del Padre (cfr. Lc.6, 25-34). La pregunta final: “Y aquellos hombres, maravillados, decían: ¿Quién es éste, que hasta los vientos y el mar le obedecen?” (v. 27). Más que una interrogante que refleje incredulidad, es mejor pensar en toda una confesión de fe de parte de aquellos hombres, ante las palabras de Jesucristo. Si las fuerzas de la naturaleza, los demonios y las enfermedades obedecen a la palabra de Jesús, ¿no debería también obedecerle el hombre? También nosotros podemos decir esas palabras, mirando la vida que llevamos, que todavía mantengamos un puñado de fe en Dios en nuestras manos.

Teresa de Jesús, de este evangelio tiene experiencia, pues cuando su vida se hundía, la oración la rescato. “¡Oh, qué buen Dios! ¡Oh, qué buen Señor y qué poderoso! No sólo da el consejo, sino el remedio. Sus palabras son obras. ¡Oh, válgame Dios, y cómo fortalece la fe y se aumenta el amor! Es así, cierto, que muchas veces me acordaba de cuando el Señor mandó a los vientos que estuviesen quietos en la mar, cuando se levantó la tempestad (Mt 8,26), y así decía yo; ¿Quién es Este que así le obedecen todas mis potencias y da luz en tan gran oscuridad en un momento y hace blando un corazón que parecía piedra, da agua de lágrimas suaves adonde parecía había de haber mucho tiempo sequedad?; ¿quién pone estos deseos?; ¿quién da este camino?; que me acaeció pensar: ¿de qué temo?, ¿qué es esto? Yo deseo servir a este Señor; no pretendo otra cosa sino contentarle; no quiero contento ni descanso ni otro bien, sino hacer su voluntad (que de esto bien cierta estaba, a mi parecer, que lo podía afirmar).” (V 25,18-19).