HOMILIA DEL P. GENERAL SAVERIO CANNISTRÁ EN LA II JORNADA DE LA JUVENTUD DEL CARMELO DESCALZO EN LA JMJ 2013

13.08.2013 12:39

Queridas hermanas y queridos hermanos de la familia del Carmelo y, muy en particular, queridos jóvenes:

El lema de esta Jornada Mundial de la Juventud está tomado del Evangelio que acabamos de escuchar: “Id y haced discípulos a todos los pueblos”. El Papa Francisco está lanzando a toda la Iglesia el desafío de salir de sí misma. Una Iglesia que se repliega sobre sí misma, que se mira al espejo, se enferma y se corrompe. Ir hacia el otro con dinamismo misionero, por el contrario, hace de la Iglesia un organismo sano, vivo.

Siendo todavía Cardenal Bergoglio, nuestro Papa Francisco decía que el Jesús que está dentro de la Iglesia, que está dentro de los cristianos, llama no desde fuera, sino de dentro, para que nosotros le abramos la puerta y le dejemos salir, le dejemos continuar su misión hacia el mundo, su misión hacia las periferias más lejanas. Debemos hallar de nuevo la alegría, la fuerza y el valor de evangelizar, de anunciar la buena noticia, que no es principalmente una doctrina, sino una persona, como nos ha recordado tantas veces el Papa Benedicto: “Cuando encuentro a Jesús, cuando descubro hasta qué punto soy amado por Dios y salvado por Él, nace en mí no sólamente el deseo, sino también la necesidad de darlo a conocer a los otros”.

Es por ello que el Carmelo tiene una palabra que decir y una contribución que aportar a toda la Iglesia en este momento, porque el Carmelo, cuanto más vive la proximidad con Cristo, tanto más tiene la fuerza para ir lejos, hasta los confines del mundo. Así ha sido para Teresa de Jesús, para Teresa del Niño Jesús, para Teresa de los Andes, para Edith Stein..., en definitiva, para todos aquellos que en el Carmelo han vivido únicamente de una cosa: de la relación con Jesús, de su amor y su cercanía. En Él todos los seres humanos se acercan, todas las distancias se superan

Vivimos hoy en un mundo en el que las distancias parecen canceladas: la facilidad de viajar, el uso de internet o la globalización, han generado una nueva situación, en la cual el concepto de lejanía o cercanía tienen un significado diverso. Es cada vez más difícil medir la distancia tomando como punto de referencia la geografía o las diferencias culturales y sociales. La lejanía, vale decir, se ha hecho cercana y fugaz. Está aquí, en medio de nosotros, entre tú y yo entre vosotros y yo, incluso entre mí y yo mismo. Las distancias se miden cada vez más teniendo en cuenta la capacidad de escuchar, de ver, de comprender al otro. El otro está lejísimos de mí, aunque esté a mi lado, porque en medio de nosotros hay muros invisibles de indiferencia y de egoísmo. Hay barreras hechas de prejuicios y de racismo. Hay fosas cavadas a fuerza de miedo e inseguridad.

Quizás muchas veces también nosotros, como el Doctor de la Ley que se topa con Jesús en el evangelio de Lucas, nos preguntamos: ¿Y quién es mi prójimo? ¿A quién debería ir a anunciar el Evangelio? La respuesta es siempre la misma: el prójimo eres tú, en la medida en la que ves en el otro a uno como tú, que te necesita, que es tú mismo, con la misma pobreza, las mismas preguntas, las mismas heridas, la misma hambre y la misma sed. Al prójimo le encuentras sólo cuando tu mirada cambia.

Yo viví muchos años en la ciudad en la que estudié, pero sólo cuando, al acabar la Universidad, hice el noviciado en esa misma ciudad, me di cuenta de que existía otro mundo que yo nunca había visto. Un mundo de pobres, de personas heridas, de jóvenes marginados. Mi proyecto de estudiante universitario había creado en torno a mí un castillo y en él vivía como si fuese la única realidad. Y en aquel castillo mi corazón se hacía pequeño, mis metas se reducían a conquistar objetivos que fuesen estimados y apreciados en el mundo. Me había olvidado de que en mí estaba Dios, que había sido bautizado y que en mí habitaba el amor que es Dios. Pero Dios no se había olvidado de mí y comenzó a destruir aquel castillo, con paciencia pero también con firmeza, luchando conmigo como el Ángel de Dios luchó con Jacob.

También los santos han tenido sus castillos, en los cuales vivían encerrados como prisioneros. Teresa de Jesús luchó durante veinte años para salir del castillo de las convenciones sociales, del honor, de la imagen de sí misma. Teresa del Niño Jesús luchó para liberar su amor de los egoísmo infantiles y de las estrecheces de un mundo pequeño, moralista, hecho de personas decentes, que condena y excluye a los pecadores. También Teresa de los Andes hubo de salir de su propio castillo, hecho de un excesivo apego a los suyos, alejada de los cuales se sentía morir; sin dejar de amarlos, atraída por Cristo hasta declararse loca por Cristo, “loco de amor” por ella, dejó todo para consumir su vida en favor de la Iglesia y los otros en el Carmelo.

Para ser misioneros, es necesario liberarse de todo aquello que nos bloquea y nos sujeta. No basta estar dispuestos a partir, no basta hacer la maleta y meter dentro el Catecismo de la Iglesia Católica para proclamarlo con convicción ¡No! Es necesario haber recorrido un camino interior, el camino que nos convierte en discípulos de Jesús, que escuchan su palabra y llevan su Espíritu.

Creo que precisamente por esto el Carmelo es una gran escuela de evangelización y de misión, porque el Carmelo es una vía que abre el corazón, que lo distancia de nosotros mismos y le devuelve la dimensión del Dios que lo habita, hace renacer en él la pasión por la cual cada corazón ha sido creado y redimido.

Existe un texto muy bello, inspirado, de Santa Teresa de los Andes, que describe muy bien este descubrimiento del que os hablo: En una carta dirigida a su padre, esta jovencísima carmelita descalza, que ha sido elegida patrona de esta JMJ (jota eme jota), escribe: “La que buscaba el amor de las criaturas, no deseó sino el de Dios. Iluminada con la gracia de lo alto, comprendí que el mundo era demasiado pequeño para mi alma inmortal; que sólo con lo infinito podría saciarme, porque el mundo y todo cuanto él encierra es limitado; mientras que, siendo para Dios mi alma, no se cansaría de amarlo y contemplarlo, porque en él los horizontes son infinitos…”

Que Dios os conceda, queridísimos hermanos y hermanas, realizar el mismo descubrimiento y así, tener un corazón capaz de albergar los deseos infinitos de Dios y dejaros conducir por Él sin miedo, hasta las extremas periferias del mundo, a cualquier lugar donde viva un hombre amado por Él.