Palabras pronunciadas por el P. Saverio Cannistrá, prepósito general de los carmelitas descalzos, el 2 de septiembre de 2013, en el marco de la inauguración del IV Congreso Internacional Teresiano de Ávila, dedicado a las Moradas.

04.09.2013 10:26

«Quisiera compartir con vosotros una pequeña experiencia de lectura. Cayó en mis manos días atrás un texto de una poetisa polaca que falleció el año pasado: Wislawa Szymborska, que muchos de vosotros conoceréis porque obtuvo el premio Nobel de literatura en 1996. El poema se titula “Conversación con una piedra”:

Llamo a la puerta de una piedra.
—Soy yo, déjame entrar.
Quiero penetrar en tu interior,
echar un vistazo,
respirarte.

—Vete —dice la piedra—.
Estoy herméticamente cerrada.

Y, al final, dice: “No tengo puerta”. Me ha impresionado, me ha llamado la atención, porque aparentemente, no hay nada más distante que la poesía de Szymborska y el castillo de Teresa. Son cosas muy alejadas. Pero, en realidad, esta distancia nos ayuda a entender algo fundamental, como es que no podemos dar por supuesto el pretender entrar en una realidad y conocerla desde dentro. No es evidente que la realidad tenga una puerta a través de la cual se pueda pasar de la superficie a la profundidad, del exterior al interior. Y eso es exactamente lo que Teresa nos propone. Ella compara el alma con un diamante, una piedra, sí, pero una piedra preciosa, un cristal bellísimo. Y también Teresa sabe que es muy difícil penetrar, que es fácil quedarse en la superficie, en la grosería del engaste –como dice ella. Pero hay una puerta que nos permite entrar en este castillo de diamante o de cristal, y es —dice Teresa— la oración. Pero, ¿qué significa en su lenguaje y en su experiencia esta idea: que la oración es una puerta para entrar en este castillo del alma? Y Teresa nos dice que es entrar en relación con otro, en algún modo, salir de nosotros mismos para entrar en otro. Es decir, la puerta de entrada —para entrar dentro de nosotros— es, en realidad, una puerta de salida. Es la puerta que nos da acceso al otro. Mi poetisa polaca no dice una cosa tan diferente cuando en esa misma poesía, la piedra explica a la persona que quiere entrar por qué no puede entrar, con estas palabras:

-No entrarás –dice la piedra-.

Te falta el sentido de la participación.
Y no existe otro sentido que pueda sustituirlo.
Incluso la vista omnividente
te resultará inútil si eres incapaz de participar
No entrarás; ese sentido, en ti, es sólo deseo,
mero intento, vaga fantasía.

Este término: participar, compartir, ¿no podría ser otro nombre de aquello que Teresa llama oración? ¿Y si la transformación que se produce en el interior del castillo no fuese otra cosa que un compartir cada vez más? Aprender el sentido de compartir y participar de la realidad, del otro. Creo que estas son las novedades que nos sorprenden si nos acercamos a Teresa con nuestras inquietudes, con nuestra búsqueda espiritual de personas del siglo XXI».