Lectio Divina - Jueves despues de Ceniza- P.Julio Gonzales C. ocd

14.02.2013 14:08

 

a.- Dt. 30,15-20: Elegir entre bendición y maldición.

El tema de los dos caminos, es la conclusión lógica de la proclamación de la ley deuteronómica, y la renovación de la alianza en Moab. La propuesta fue aceptada por el pueblo libremente (cfr. Ex. 24, 3. 7; Jos. 24, 16-24). En el fondo, se trata de dos propuestas que significan dos modos de vida, definidas por las bendiciones y maldiciones (Dt. 11, 26-28). Testigos de todo esto pone Yahvé  al cielo y a la tierra (v. 19). La proclamación, busca despertar en el oyente la responsabilidad a la hora de optar por la vida o la muerte, el bien y el mal, dicha e infelicidad, posesión de la tierra o su pérdida. Estas opciones se centran en dos actitudes del hombre y del pueblo, lo que los sabios calificaron de sabiduría o necedad, justicia o maldad (Eclo. 15, 14-17; Sal.1; Jer. 21,8), pero, que también se entiende como amor, obediencia, observar los mandamientos o todo lo contrario si elige el camino del mal. El sentido que tiene, es que los cielos y la tierra sean testigos,  no ya los dioses, sino estas realidades cósmicas, son creación del único Dios verdadero. Toda la creación, la naturaleza, es instrumento de bendición o maldición, con sus bienes y calamidades. Otra lectura de este pasaje bíblico, es la importancia que se da a la responsabilidad del hombre y del pueblo en su destino definitivo. El cielo no lo obliga, sino que lo hace optar en el mundo, su destino por el bien o el mal, la vida o la muerte. Es evidente que la decisión que tome, va más allá de lo físico y abarca su existencia moral: felicidad o desdicha, bien, bendición, tierra de gozo o todo lo contrario. La verdadera vida, corresponde a una actitud de justicia para con Yahvé, lo que significa amarlo y obedecerle. Todo esto traerá prosperidad y paz, cumplimiento de las promesas hechas a sus padres. La alianza está por encima de las infidelidades, el amor es fuente de la dicha y de la vida plena para el justo que confía y espera en Dios. 

b.- Lc.  9, 22-25: El que pierda su vida por mí la ganará.

Luego del primer anuncio de la Pasión, Jesús establece las condiciones para quien quiera seguirle. Quien le confiesa Mesías, debe seguirle por la senda que ÉL traza, es decir, acompañarlo llevando la propia cruz y asumir su mismo destino muerte. Se trata de perder la vida, para recuperarla, como Jesús Resucitado. “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí, ése la salvará. Pues, ¿de qué le sirve al hombre haber ganado el mundo entero, si él mismo se pierde o se arruina?” (vv. 23-25). Cargar la cruz de Jesús, no es otra cosa, que escuchar a Jesús, asumir sus criterios de vida y sus actitudes, y seguirlo hasta el final. Mantenerse en comunión con su misterio de vida y amor, de perdón y misericordia que brota de la Cruz, para aprender a perdonar al prójimo. Cuidar la propia vida, no se refiere a la salud, sino cuidarla en forma egoísta, de no hacer nada por los demás pudiendo hacerlo, centrarse sólo en sí mismo y satisfacer sus necesidades, como si fuera lo único importante en la vida. Ese camino es de perdición, en cambio, entregar la vida o perderla por ÉL y el evangelio, es salvarla del egoísmo, del pecado, de la muerte, de una vida sin amor. Como Cristo Jesús entregó su vida por los hermanos hasta la muerte en Cruz, para recuperarla en su Resurrección, así también, el creyente, en cuanto da su vida por los hermanos,  la va recuperando para la Resurrección final. En este sentido, se gana perdiendo y se pierde ganando; se gana lo que se pierde, lo que ofrece a los demás, es bien del otro; lo contrario es retener, lo que los hombres retienen en forma egoísta, en el fondo lo han perdido. En la Cruz, Cristo perdió la vida, con la Resurrección la recuperó. Resucitó, lo que se entregó, la vida por el otro. Me amó y se entregó por mí, dirá Pablo (cfr. Gál. 2, 20).  La invitación es entonces en esta Cuaresma, a dar la vida por quienes nos han sido confiados desde nuestra perspectiva cristiana: familia, hermanos de comunidad eclesial, ancianos, enfermos, jóvenes, niños, etc.

Teresa de Jesús, fue mujer de grandes servicios a Dios, a la Iglesia y a la Orden del Carmelo. “Estos deseos de amar y servir a Dios y verle, que he dicho que tengo, no son ayudados con consideración, como tenía antes cuando me parecía que estaba muy devota y con muchas lágrimas; mas con una inflamación y hervor tan excesivo, que torno a decir que si Dios no me remediase con algún arrobamiento, donde me parece queda el alma satisfecha, me parece sería para acabar presto la vida.” (R 1,13).