Nuestra Regla

LA REGLA DE SAN ALBERTO
 
[1] Alberto, por la gracia de Dios titulado patriarca de Jerusalén, a los amados hijos en Cristo B. 
y los demás eremitas, que viven bajo su obediencia en el monte Carmelo cerca de la Fuente, 
salud en el Señor y la bendición del Espíritu Santo. 
 
[2] En muchos lugares y de muchas maneras los santos Padres establecieron de qué suerte cada 
uno, cualquiera que sea la Orden a que pertenezca o el modo de vida religiosa que hubiere 
elegido, haya de vivir en obsequio de Jesucristo, y servirle fielmente con corazón puro y buena 
conciencia. 
 
[3] Pero como nos pedís que os demos una fórmula de vida adecuada a vuestro proyecto común 
y a la que deberéis ser fieles en el futuro. 
 
[4] Ordenamos lo primero, que tengáis por Prior a uno de entre vosotros, elegido para este cargo 
por consentimiento unánime o de la mayor y más sana parte; al cual cada uno de los demás 
prometa obediencia y, prometida, cuide observarla de verdad por obra, con castidad y abdicación 
de la propiedad. 
 
[5] Podréis tener lugares en los desiertos, o donde quieran que os lo dieren aptos y acomodados 
para la observancia de vuestra religión, según al Prior y a los hermanos pareciere conveniente. 
 
[6] Además de esto, todos y cada uno de vosotros, conforme a la situación del lugar que os 
hubiereis propuesto habitar, tendréis celdas separadas, según que por disposición del Prior y con 
el consentimiento de los demás hermanos, o de la más sana parte, fueren las mismas celdas a 
cada uno designadas. 
 
[7] De suerte, empero, que comeréis en común refectorio lo que os repartieren, escuchando 
alguna lección de la Sagrada Escritura, donde buenamente pueda observarse. 
 
[8] A ninguno de los hermanos le será lícito, a no ser con licencia del Prior que a la sazón 
hubiere, mudarse del lugar que le hubiere sido señalado o permutarlo con otro. 
 
[9] La celda del Prior estará cerca de la entrada del lugar, para que sea el primero en presentarse 
a los que a él acudan; y luego, en cuanto haya de hacerse, procédase según su juicio y 
disposición.
 
[10] Permanecerá cada uno en su celda o junto a ella, meditando día y noche en la ley del Señor 
y velando en oración, si otros justos quehaceres no le ocupan.
 
[11] Los que sepan rezar las horas canónicas con los clérigos, las rezarán según las ordenaciones 
de los santos Padres y la costumbre aprobada de la Iglesia. Mas los que no las sepan, dirán por 
maitines veinticinco veces el Padrenuestro, exceptuados los domingos y fiestas solemnes, en 
cuyas vigilias determinamos que se duplique el número antedicho, de suerte que se diga 
cincuenta veces el Padrenuestro. Por laudes se dirá la misma oración siete veces, y otras tantas 
por cada una de las otras horas, fuera de los oficios vespertinos, en los cuáles habréis de decirla 
quince veces.
 
[12] Ningún hermano dirá que es propia suya cosa alguna, sino que entre vosotros todo será 6
común y se distribuirá a cada uno por mano del Prior, es decir, del hermano a quien él hubiere 
designado para este oficio, según a cada uno fuere menester, teniendo en cuenta la edad y 
necesidad de cada cual. 
 
[13] Podréis, no obstante, poseer asnos y mulos, según pidiere vuestra necesidad, y algunos 
animales y aves para el sustento. 
 
[14] El oratorio, en cuanto cómodamente pueda hacerse, se construirá en medio de las celdas y 
allí os reuniréis de mañana todos los días para oir la santa misa, donde buenamente pueda 
hacerse.
 
[15] También, en los días de domingo o en otros si fuere menester, trataréis de la observancia de 
la vida común y del bien espiritual de las almas; y corríjanse allí, además, con caridad los abusos 
y faltas de los hermanos, si alguna en ellos fuere descubierta. 
 
[16] Desde la fiesta de la Exaltación de la santa Cruz hasta el día de la Resurrección del Señor 
ayunaréis todos los días, excepto los domingos; a no ser que la enfermedad o la debilidad 
corporal u otra causa justa aconseje dejar el ayuno, pues la necesidad no tiene ley.
 
[17] Os abstendréis de comer carne, a no ser que se tome como remedio de enfermedad o 
debilidad. Y porque con frecuencia habéis de vivir de limosna viajando, para no ser gravosos a 
quienes os hospeden, podréis comer fuera de vuestras casas las legumbres cocidas con la carne. Y 
en caso de navegación, podréis tomar también la carne. 
 
[18] Mas porque tentación es la vida del hombre sobre la tierra, y todos los que quieran vivir 
píamente en Cristo padecen persecución; y el diablo vuestro adversario anda como león rugiente, 
buscando a quien devorar, con toda diligencia procurad vestiros la armadura de Dios, para que 
podáis resistir las asechanzas del enemigo. 
 
[19] Han de ceñirse vuestros lomos con el cíngulo de la castidad. Han de fortalecerse vuestros 
pechos con pensamientos santos, pues está escrito: el pensamiento santo te guardará. Hay que 
vestir la coraza de la justicia, de suerte que améis al Señor Dios vuestro con todo el corazón y con
toda el alma, y con todas las fuerzas, y a vuestro prójimo como a vosotros mismos. Sobre todo 
hay que embrazar el escudo de la fe, con que podáis apagar los dardos del maligno; pues sin fe es 
imposible agradar a Dios. Hay que cubrir la cabeza con el yelmo de la salvación, de suerte que 
sólo la esperéis del Salvador, que es quien salvará a su pueblo de sus pecados. En cuanto a la 
espada del espíritu, que es la palabra de Dios, abundantemente habite en vuestros labios y 
vuestros corazones. Y toda cosa que debáis hacer, hacedla según la palabra del Señor.
 
[20] Habéis de hacer algún trabajo, para que el diablo os halle siempre ocupados, a fin de que no 
pueda por vuestra ociosidad hallar alguna puerta de entrada en vuestras almas. Tenéis en esto la 
enseñanza y a la vez el ejemplo de San Pablo, por cuya boca hablaba Cristo y que fue puesto y 
dado por Dios por predicador y doctor de las naciones en la fe y la verdad, y si le siguiereis, no 
podréis descaminaros. Con trabajo y fatiga, dice, anduvimos entre vosotros, trabajando noche y 
día por no gravar a ninguno de vosotros. No porque no tuviésemos para ello potestad, sino para 
daros en nosotros mismos un dechado que imitaseis. Y así ya estando entre vosotros, os 
intimábamos esto: que si alguno no quiere trabajar tampoco coma. Porque hemos oído que andan 
entre vosotros algunos indisciplinados no haciendo nada. Pues a estos tales advertimos y 7
exhortamos en el Señor Jesucristo, que trabajando con silencio coman su pan. Camino santo y 
bueno es éste: seguidle.
 
[21] Recomienda el Apóstol el silencio, enseñando que con el silencio hay que trabajar, y como 
el profeta atestigua: cultivo de la justicia es el silencio; y en otra parte: en el silencio y en la 
esperanza estará vuestra fortaleza. Por eso determinamos que dichas las completas guardéis 
silencio hasta dicha la prima del día siguiente.
 
En el tiempo restante, aunque no haya tan rigurosa guarda del silencio, evítese empero con gran 
cuidado el mucho hablar; porque como está escrito y la experiencia harto lo enseña, en el mucho 
hablar no faltará pecado; y el inconsiderado en el hablar sentirá males. Igualmente, quien usa 
muchas palabras, dañará su alma. Y el Señor en el Evangelio: de toda palabra ociosa que 
hablaren los hombres, darán cuenta en el día del juicio. Haga, pues, cada cual una balanza para 
sus palabras, y frenos ajustados para su boca, no sea que resbale con la lengua y caiga, y su caída 
incurable sea mortal. Guardando con el profeta sus caminos, para no pecar con su lengua; y cuide 
de observar con diligencia y cautela el silencio, que es cultivo de la justicia.
 
[22] Tú, empero, hermano B., y quienquiera que después de tí fuere instituido prior, tened 
siempre en el pensamiento y observad por obra aquello que el Señor dice en el Evangelio: El que 
quiera entre vosotros ser el más grande, será vuestro servidor; y el que quiera entre vosotros ser el 
primero, será vuestro siervo.
 
[23] Y vosotros, los demás hermanos, honrad humildemente a vuestro Prior, considerando en él, 
más que a su persona, al mismo Cristo, que es quien lo puso sobre vosotros, y dice también a los 
Prelados de las iglesias: Quien a vosotros escucha, a mí me escucha, y quien a vosotros 
desprecia, a mí me desprecia; para que no seáis sentenciados por el desprecio, antes por la 
obediencia merezcáis premio de vida eterna. 
 
[24] Estas cosas os hemos brevemente escrito, estableciendo la regla de conducta, según la cual 
habréis de vivir. Si alguno hiciere más, el Señor mismo, cuando vuelva, se lo pagará. Use empero 
del discernimiento que es el que modera las virtudes.