Lectio Divina - Jueves III Semana de Cuaresma - P. Julio Gonzales C. ocd

07.03.2013 11:59

 

Lecturas bíblicas

a.- Jer. 7, 23-28: Gente que no escucha al Señor.

Este pasaje del tercer Isaías, es un oráculo contra el culto vacío, que debiera nacer de lo interior y que brota de escuchar la palabra de Dios. El profeta se remonta a los tiempos antiguos, cuando las relaciones entre Yahvé y su pueblo eran amorosas. Lo que les pidió Yahvé fue obediencia, que le escucharan, que siguieran el camino que ÉL les mostraba (v. 23). Esta era la invitación que recibieron de parte de Yahvé  con los que se puede afirmar que la religión hebrea fue esencialmente espiritual. Lo esencial era obedecer la palabra de Yahvé, escrita en la Ley de Moisés, pues él había sido su voz, su profeta. La cercanía con otras naciones como Egipto y los cananeos, los hebreos se convirtieron en un pueblo litúrgico, sin olvidar las enseñanzas de Moisés. El error estaba en ofrecer los sacrificios, sin escuchar a Yahvé, a través de sus profetas. Jeremías sabe que tampoco le escuchará a él (v.27), no por ello dejará de hablar y proclamar con toda claridad la voluntad de Yahvé mostrando el único y verdadero camino que los conduce a la salvación. Se quiere resaltar la necesidad de las disposiciones interiores por sobre el formulismo externo de la liturgia en el templo.  Culto a Dios y liturgia han de nacer y ser expresión de una interioridad, fe que se trasparenta vive en la celebración, signos de la comunión con Dios. Esto es lo que el profeta no sólo recuerda, sino que exige al pueblo, que no quiso escuchar, porque la sinceridad, lealtad a su compromiso ha desaparecido de su boca (v.28). Su culto era vacío, falso, una mentira de cara a Dios. Jeremías constata no sólo el pecado sino una situación de maldad, estado pecaminoso, del que sus acciones, eran el mejor testimonio. Es Jeremías, el profeta que descubre esta conciencia de pecado como estado, mucho más que los pecados puntuales.   Toda esta infidelidad lleva a Jeremías a proclamar que Israel irá al exilio con el rey Joaquín en la primera deportación a Babilonia. Dios en su fidelidad a la alianza salvará un resto del pueblo.

b.- Lc. 11,14-23: Controversia sobre un exorcismo.

En este evangelio nos encontramos con la sanación de un poseso, Jesús ha hecho un exorcismo. El demonio ha salido y el mudo ahora puede hablar. La gente siente admiración por este joven maestro. ¿Quién es Jesús, que tiene poder para expulsar demonios? La sanación, es un hecho indiscutible; la admiración de la gente puede ser camino abierto para la fe: el Maestro obra con el poder de Dios,  es su Enviado, el Mesías. Pero otros testigos piensan muy distinto: creen que sana con el poder de Belcebú, príncipe de los demonios (v.15). Jesús conoce sus pensamientos (v.17). Sus prodigios,  no son fruto de la magia; ni obra del  demonio. Además ellos, los demonios, forman un reino, contrario a Dios, es imposible pensar que el príncipe de los demonios, luche contra sí mismo, una guerra civil, contra su gente y su reino. Absurdo. Jesús usa otro  argumento  de la praxis judía: hombres del pueblo también, expulsan demonios con oraciones, palabras y conjuros que venían de los tiempos de Salomón. Se puede hacer exorcismos, sin recurrir a Belcebú. Jesús expulsa los demonios, con el poder de Dios, el “dedo de Dios” (Ex. 8, 15; Sal. 8,4). El triunfo de Jesús sobre Satanás, con el poder de Dios, habla a las claras, que el Reino de Dios ha llegado a Israel. Está presente, pero no todavía en su plenitud. La obra del Mesías, se enfrenta a la obra de Satanás. El símil del hombre fuerte y que vence, viene a significar, que hasta el momento, dominaba Satanás sobre los hombres, las expulsiones vienen a indicar que ahora es vencido por Jesucristo, debe Satanás  repartir el botín, es decir, la humanidad (v.21-22), devolver los hombres a Dios (cfr. Is. 53, 11).  “Yo estaba viendo a Satán caer del cielo como un rayo” (Lc. 10, 18), victoria que comenzó en el desierto con las tentaciones (cfr. Lc. 4, 13). El Reino de Dios comenzó con la predicación de Jesús, su muerte y resurrección, ahonda sus raíces en el corazón de los hombres, hasta alcanzar su plenitud en la parusía. Nuestro deber como ciudadanos del cielo, es trabajar por este Reino aquí en la tierra, para derribar el poder de Satanás. Esto exige de cada cristiano, optar por Cristo, y no contra Cristo, vivir en su Iglesia la plena comunión con Dios. Hoy el mundo más que estar contra Cristo, es indiferente a ÉL y a su mensaje, la Iglesia, quiere ser fiel hasta el final, porque la salvación que trajo el Reino de Dios, está rompiendo ataduras, que hacen sufrir al hombre: el pecado, la enfermedad, el mal, la muerte. Cristo Jesús es nuestro único Dios, vencedor de todo eso, con su misterio pascual, hecho de Cruz gloriosa y Resurrección. 

Santa Teresa de Jesús, en una revelación del Señor Jesús que mucho de los males del hombre, era por no conocer las Escrituras. “Esta Majestad se me dio a entender una verdad, que es cumplimiento de todas las verdades; no sé yo decir cómo, porque no vi nada. Dijéronme, sin ver quién, mas bien entendí ser la misma Verdad: No es poco esto que hago por ti, que una de las cosas es en que mucho me debes; porque todo el daño que viene al mundo es de no conocer las verdades de la Escritura con clara verdad; no faltará una tilde de ella. A mí me pareció que siempre había creído esto, y que todos los fieles lo creían. Díjome: ¡Ay, hija, qué pocos me aman con verdad!, que si me amasen, no les encubriría Yo mis secretos. ¿Sabes qué es amarme con verdad? Entender que todo es mentira lo que no es agradable a Mí. Con claridad verás esto que ahora no entiendes en lo que aprovecha a tu alma.” (Vida 40,1).