Lectio Divina - Jueves Segunda Semana de Cuaresma - P. Julio Gonzales C. ocd

28.02.2013 08:57

 

Lecturas bíblicas

a.- Jer. 17,5-10: Bendito quien confía en el Señor.

La primera lectura es una colección de máximas de sabiduría, de cosas conocidas, pero dichas ahora, con un nuevo estilo, el sapiencial.  Encontramos dos partes bien diferentes: en la primera se inculca la verdadera justicia, sabiduría (vv.5-8), y en la segunda, se trata de responder una interrogante acerca de la aparente dificultad entre ser fiel y feliz. En la primera parte encontramos el paralelismo antitético, realzar una verdad y presentar una idea contraria. “Maldito quien confía, en el hombre, en la carne” (v.5), en tendido como debilidad, contingencia e impotencia. Quien así obra se parece  a esos arbustos crecidos en las estepas de Israel, que crecen, son raquíticos, sin follaje, ni flor ni fruto, pues les falto lo vital: el agua. Son como pozos secos y cisternas agrietadas;  es la imagen del hombre abandonado a sus propias fuerzas (cfr. Jr. 2,13). Lo contrario, es el hombre que pone su confianza en el Señor, que es como árbol plantado junto a las acequias, cuyas raíces llegan al caudal, lo que lo hace frondoso, fecundo tanto en tiempo estival, como en la sequía. El profeta encuentra sus razones tomadas de la realidad que vive, para enseñar que la vida verdadera sólo se encuentra si se participa en la de Dios. Se pueden aducir: el fracaso de la reforma de Josías; la importancia que daba el rey a las alianzas con Egipto y Asiria. El pueblo de Israel ha de saber que la única fuerza que poseen está en Dios, en la religión. Es la gratuidad de su elección y amor la esencia de su ser pueblo de Dios. En la segunda parte, el profeta se pregunta: ¿Por qué prospera el impío, mientras el justo sufre? Jeremías se remite en lo misterioso e inexplicable de los juicos divinos y en la maldad humana. El corazón del hombre: “¿quién lo conoce?” (v.9). Ahí encuentra el profeta, en el corazón del hombre y sus entrañas la raíz de todos los males. Sólo Dios penetra el corazón del hombre, lo sondea hasta lo más íntimo, con lo que deja en claro que el propio Jeremías no se conoce. Sólo Dios puede dar la recompensa como se merece a cada hombre, porque lo conoce desde lo interior, aunque esto el hombre no lo pueda comprender. De ahí que para Jeremías, lo más importante a la hora de contemplar al hombre respecto a Yahvé, es su interioridad, de donde nacerá el sentido y valor de su religión.

b.- Lc. 16,19-31: El rico malo y Lázaro,  el pobre.

El evangelista, nos introduce en su discurso contra las injusticias de los ricos, que lo pasan bien, y la esperanza de los pobres que lloran su desgracia (cfr. Lc. 6, 20). Se pasa, de la amonestación a los poderosos, al consuelo para los desheredados. El rico, come y  bebe espléndidamente, todos sus días son de fiesta, viste de lino finísimo (cfr. Lc. 12, 19). En cambio, el pobre Lázaro, cubierto de llagas, sufre hambre, come las migajas que caen de la mesa del rico. Lleva su dolor con paciencia, confiando en Dios; los salmos cantan la vida del pobre, porque se fían y consuelan con las promesas del Señor; a ellos son dirigidas las bienaventuranzas (cfr. Mt.5, 3-10). Mientras el rico vive, como si Dios no existiera, por lo mismo, no lo ve ni a ÉL, ni al pobre Lázaro; no ve, el problema, su riqueza es su ceguera. No está en su horizonte ni Dios, tampoco Moisés ni los profetas, muchos menos Lázaro. Una vez que mueren ambos, el rico y el pobre, las diferencias persisten; mientras el rico fue enterrado con pompa, del pobre no se dice nada acerca de su entierro, pero agrega, los ángeles se lo llevaron al seno de Abraham (v.22). El rico va al hades, lugar de los muertos, lugar de tormento y sed, mientras que Lázaro, entra al seno de Abraham, lugar de felicidad y gozo sempiterno. El que sufrió, ahora goza sentado en la mesa del banquete celestial, en cambio, el que gozó en esta vida ahora sufre sed (v.24). ¿Por qué sufre el rico? ¿Por qué goza el pobre? Ni la pobreza ni la riqueza, es causa de tan distinto destino. El rico sufre,  porque no escuchó la palabra de Dios, su riqueza lo volvió insensible al dolor ajeno, ciego para no ver ni a Dios ni la vida eterna. Lázaro goza, porque puso su esperanza en Dios Padre, en sus promesas, en su palabra. El rico desesperado pide a Abraham, enviar a Lázaro a avisar a sus hermanos, cuál es el destino de quien olvida a Dios y al prójimo, se hace sordo a la Escritura (v.27; cfr. Rm. 15,4).  En Moisés y los profetas, nos expresó Yahvé su voluntad, palabra que nos ilumina, nos comunica la vida verdadera, nos amonesta, nos guía para alcanzar la vida eterna, y no caer en la perpetua perdición (cfr. 2 Pe. 1,19). El que escucha a Jesús, y pone en práctica su palabra, no se condena, porque el anuncio de su pasión, muerte y Resurrección, es invitación a la conversión y penitencia (cfr. Hch. 2, 37ss). Jesucristo, es el núcleo de los evangelios, su misterio pascual (cfr. Hch. 24, 27. 46). Para los que no escuchan la palabra, ni la  resurrección de un muerto, los convertirá al Señor (v.31). El mejor amigo de Jesús, Lázaro de Betania, muerto y resucitado por la palabra de Jesús, no convenció a los judíos el haber vuelto a la vida, lo único que consiguió, fue acrecentar la hostilidad hacia Cristo,  hasta decidir su muerte, por parte de los fariseos (cfr. Jn. 11, 45-54). Dios Padre, en su infinita bondad, rescató a su Hijo de la muerte, resucitándolo, cumpliendo el deseo del rico, es decir, que se hable del destino que les espera a los que pusieron su confianza en las riquezas y no en Dios Padre y sus promesas. A ricos y pobres se nos pide la conversión permanente a Dios, fruto de ese cambio de vida, es el amor al prójimo. Jesús no dio otro signo a los doctores y a los fariseos  que el de Jonás, que así como estuvo Jonás tres día en el vientre de la ballena, así también el Hijo del Hombre estará  tres días y tres noches en  las entrañas de la tierra, para resucitar. Esta Cuaresma es un momento de gracia (cfr. Lc. 3, 10; Is. 58, 6; Sant. 2, 5. 6. 12), para revisar nuestros compromisos de fe y caridad.

Santa Teresa tiene una máxima que le define,  su famosa letrilla,  que termina diciendo: “Sólo Dios basta”. En el libro de la Vida canta la riqueza de haber optado por Dios en la vida religiosa: “Plega al Señor me traiga a términos que yo pueda gozar de este bien. ¡Qué gloria accidental será y qué contento de los bienaventurados que ya gozan de esto, cuando vieren que  aunque tarde, no les quedó cosa por hacer por Dios de las que les fue posible, ni dejaron cosa por darle de todas las maneras que pudieron, conforme a sus fuerzas y estado, y el que más, más! ¡Qué rico se hallará el que todas las riquezas dejó por Cristo! ¡Qué honrado el que no quiso honra por El, sino que gustaba de verse muy abatido! ¡Qué sabio el que se holgó de que le tuviesen por loco, pues lo llamaron a la misma Sabiduría! ¡Ya, ya parece se acabaron los que las gentes tenían por locos, de verlos hacer obras heroicas de verdaderos amadores de Cristo! ¡Oh mundo, mundo, cómo vas ganando honra en haber pocos que te conozcan!” (Vida 27,13-14).