Lectio Divina . Lunes III Semana de Cuaresma - P. Julio Gonzajes C. ocd

04.03.2013 20:37

 

Lecturas bíblicas

a.- 2 Re. 5,1-15: Curación del leproso Naamán por Eliseo.

En la primera lectura,  encontramos la curación de Naamán, obra del profeta  Eliseo. Si bien, su tarea se desarrolla en Israel, esta vez sana a Naamán, un sirio, un extranjero. Luego de varias mediaciones, Naamán finalmente, llega a Israel, buscando la salud en las aguas del Jordán. Lo central del relato, está en la confesión de Naamán: “Se volvió al hombre de Dios, él y todo su acompañamiento, llegó, se detuvo ante él y dijo: «Ahora conozco bien  que no hay en toda la tierra otro Dios que el de Israel. Así pues, recibe un presente de tu siervo.» (v. 15). Es interesante como el autor, destaca la figura del profeta Eliseo, como único profeta en Israel: “Cuando Eliseo, el hombre de Dios, oyó que el rey de Israel había rasgado sus vestidos, envió a decir al rey: «¿Por qué has rasgado tus vestidos? Que venga a mí y sabrá que hay un profeta en Israel.» (v. 8). Se quiere destacar que la curación, como otros milagros, las resurrecciones hechas por Elías, responden a una acción salvífica del Dios Israel y no de un ritual mágico (cfr. 1Re.17, 17-24; 2Re. 4,18-37).

b.- Lc. 4, 24-30: Jesús, es enviado a todos los hombres.

Los nazarenos, quieren un signo espectacular, si es que Jesús, es el Salvador y el Mesías prometido. El hombre pide signos a Dios; exige que confirme que ese predicador es el profeta, como lo entiende el hombre. ¿Qué hará Dios? ¿Obedecerá el deseo del hombre? Dios concede sus gracias a quien con fe y en espíritu de obediencia, espera confiado. Dios exige la fe, un sí que reconozca sus obras; pero los nazarenos no lo creían así, eran hombres sin fe (cfr. Mc. 6, 6). ¿Debía Jesús demostrar, probar con milagros, su palabra y misión? En Cafarnaúm había hecho milagros. El médico si no se cura a sí mismo, pierde credibilidad ante sus enfermos. Los nazarenos desconocen a Jesús, lo ven con criterios meramente humanos: Jesús es profeta, y obra según el designio divino. Él no obra según el parecer de los nazarenos, para su provecho personal, sino según la voluntad de Dios. Sus requerimientos eran como los del tentador, porque desconocen su obra mesiánica (cfr. Lc.4,1-13). Jesús, como profeta,  no obra por propia iniciativa, sino según disposición divina que lo ha enviado al pueblo. Algunos profetas, como Elías y Eliseo, hicieron su obra entre paganos, lo mismo Jesús, debe obrar entre gentes de otras latitudes y no en su patria. Dios conserva su libertad a la hora de obrar. No será el parentesco, ni la condición de compatriota, el motivo para exigir signos  al Mesías, tampoco Israel. La salvación es gracia, proclama la soberanía de Dios y la salvación a los hombres. Elías (cfr. 1Re.17, 8-16; 17, 17-24) y Eliseo (2Re. 5,1-27)  favorecen a gentiles con sus milagros, favorece a una mujer viuda de Sarepta y a su hijo, Eliseo sana de la lepra de Naamán; lo mismo Jesús resucita a un muerto en Naím (cfr. Lc. 7,11) y luego libra de la lepra a un samaritano (cfr. Lc. 17, 11ss). Lo que mueve el corazón de Cristo es la gracia de Dios, la fe del que pide un milagro, y el deseo de salvación que lo acompaña a ese acto. Jesús, comienza por al anuncio de la salvación a los suyos, ante el rechazo, va a los gentiles (cfr. Hch. 13, 46ss). Con el ejemplo de los profetas, Jesús, comienza a obrar como ellos, hasta que el pueblo quedó impresionado: “Fue un profeta poderoso en obras y palabras ante Dios ante todo el pueblo” (cfr. Lc. 24, 19). Dios, en Jesús, visita a su pueblo, como los profetas, pero además  sabemos que la suerte de los primeros, es la de Jesús. La reacción del pueblo al no justificar Jesús, sus palabras y obras con milagros, es condenar a Jesús como blasfemo y reo de muerte (cfr. Dt. 13, 2). Convertidos sus paisanos en jueces, lo expulsan del país, de la comunidad. Escapa con vida, nadie pone las manos sobre ÉL, no ha llegado su hora; Dios dispone de su vida y de su muerte, nada impide su resurrección, sentarse a la derecha del Padre y continuar por medio de la Iglesia, su labor de salvación (cfr. Jn.10,7-18). Serán los extraños, gentiles y extranjeros, testigos de las obras de Dios por Jesús, los que crean en su palabra. Dios puede hacer de las piedras, discípulos de Cristo, hijos de la estirpe de Abraham (cfr.Mt.3,9; Lc.3,8). Con esta narración, abre su evangelio Lucas, donde nos presenta la acción evangelizadora de Jesús, pero además el rechazo que sufre; el anuncio del Evangelio es imparable por la fuerza del Espíritu que lo mueve desde su contenido.

Santa Teresa de Jesús nos enseña a pedir la venida del Reino de Dios con la oración que Jesús nos enseñó.  “Pues dice el buen Jesús que digamos estas palabras en que pedimos que venga en nosotros un tal reino: «Santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu reino». Mas mirad, hijas, qué sabiduría tan grande de nuestro Maestro. Considero yo aquí, y es bien que entendamos, qué pedimos en este reino. Mas como vio Su Majestad que no podíamos santificar ni alabar ni engrandecer ni glorificar este nombre santo del Padre Eterno conforme a lo poquito que podemos nosotros  de manera que se hiciese como es razón  si no nos proveía Su Majestad con darnos acá su reino, y así lo puso el buen Jesús lo uno cabe lo otro.” (Camino de Perfección 30,4).