Lectio Divina - Miercoles Segunda Semana de Cuaresma - P. Julio Gonzales C. ocd

27.02.2013 09:22

 

Lecturas bíblicas

a.- Jer. 18,18-20: Complot contra el profeta Jeremías. Confesiones.

El texto del profeta narra la conspiración contra él, es el enemigo en acción. Es su predicación la que provoca esta situación (cfr. Jr. 11, 18-23). ¿Quienes le acusan? Las instituciones de Israel: sacerdocio, sabios y profetas, por su mensaje, por su palabra. Jeremías, como Jesucristo, más tarde, es el ejemplo del profeta y justo doliente (cfr. Mt. 12, 13). Su predicación era una blasfemia contra la enseñanza tradicional confirmada por Isaías y la historia: la inviolabilidad de Sión, y del Templo. Jeremías amenazaba con la destrucción y el destierro, y por esto, se forma la conjura, la opinión pública condena al profeta, que desconfía de la providencia de Yahvé sobre su pueblo. Jeremías se ve sólo, indefenso, su refugio es Yahvé, cuyo apoyo le ha sido prometido y renovado. Esta es verdadera oración de un afligido, abandono, santidad. Sabe que las instituciones, son expresión de la voluntad de Dios, Jeremías no las ataca, pero sí su desempeño. Sólo Dios sabe cómo ha orado por ellos, ha suplicado alejar de ellos, la inminente ira divina, y así y todo, es acusado de traidor y sacrílego. Es la tragedia íntima de Jeremías, que tiene que anunciar una palabra que nadie quiere escuchar, porque hay intereses creados de personas e instituciones.

b.- Mt. 20,17-28: Tercer anuncio de la pasión.

Este evangelio nos presenta el tercer anuncio de la pasión de Jesús (vv.17-20), la petición de la madre de los Zebedeos (vv. 20-23),  finalmente, el precepto acerca del servicio que deben prestar los que son constituidos en autoridad en la comunidad eclesial (vv.24-28). El anuncio de la pasión, por parte de Jesús es no para el pueblo, sino para ellos, los apóstoles. Suben a Jerusalén, están en camino, sin regreso, hay que recorrerlo paso a paso. Este  anuncio es el más explícito de los que conocemos (cfr. Mt. 16, 21; 17,22), es la vía hacia la consumación: sufrirá por parte de los judíos y de los gentiles, antes  había dicho, que era entregado a los hombres (Mt. 17, 22). Ambos grupos representarán a toda la humanidad pecadora, con lo cual, nadie puede gloriarse de ser inocente de la sangre de Jesucristo (cfr. Mt. 27, 24); todos han pecado por lo mismo la misericordia de Dios se derrama sobre los corazones arrepentidos ante tanta bondad divina(cfr. Rm. 3,23; 11, 30-32). De la maldad e injusticia de los hombres, se origina el mayor fruto de la pasión de Cristo, el nacimiento del nuevo pueblo de Dios, conformado precisamente por judíos y gentiles. Han sido reconciliados los dos pueblos por la cruz de Cristo (cfr. Ef. 2, 14-16); el anuncio de la pasión,  es ya anuncio de la Resurrección. La muerte en Cristo Jesús, no tiene la última palabra, sino la vida nueva del Resucitado; su muerte no es fracaso, sino victoria; no es dispersión, sino unidad. Todas las veces, que Jesús anuncia la pasión, no es comprendido por sus discípulos, lo que se refleja, en el rechazo de Pedro, y la reprimenda de Jesús (cfr. Mt. 16, 22). A este tercer anuncio, la respuesta que Jesús encuentra, es la petición de los hijos de Zebedeo. Mientras el Mesías piensa en el dolor y humillación de la pasión, ellos piensan en honores, sentarse a la diestra y siniestra de Jesús en el Reino de los cielos; ÉL va al encuentro de la Cruz, en cambio, ellos piensan en un trono de gloria. Mientras Jesús piensa desde su condición de Hijo de Dios, ellos como hombres ambiciosos; la recompensa la ven como fruto de su esfuerzo, para Jesús es premio otorgado a la fidelidad. Es verdad que están dispuestos a beber el cáliz, lo dicen con cierta arrogancia, no saben los que piden (v. 22); como Pedro, que quiso ir a Jesús caminando sobre el agua (cfr. Mt. 14, 28); ÉL está por beber el cáliz de la amargura, con rechazo,  primero, luego con la obediencia al Padre, acepta su voluntad (cfr. Mt. 26, 29). Los hermanos aceptaron quizá, valientemente el desafío, sin conocer el verdadero contenido de ese cáliz. Un lugar en la gloria celestial, es don del Padre, Jesús está para entregar su vida, de este modo predice su muerte y Resurrección, porque sabe que entrará en la gloria del cielo (cfr.  Mt. 20, 19). Lo que les promete es que se sentarán en su trono de gloria para juzgar a las doce tribus de Israel (cfr. Mt. 19, 28). En la pasión de Jesús, todo converge en la voluntad del Padre.La ira de los otros discípulos contra los dos hermanos, puede significar, que comprendieron a Jesús o simplemente que también ellos querrían esos puestos, y la diputa de quién era el mayor no había terminado (cfr. Mc. 9, 33). Jesús, establece, que es grande en la comunidad eclesial, quien sirve a sus hermanos, el que se hace pequeño, y renuncia al poder ejercido como en el mundo, donde la opresión, es una de sus características más perjudiciales. La verdadera grandeza es la pequeñez, la entrega de la vida a los demás; el sereno dominio, nace del servicio. Perder la vida por Cristo y el evangelio, es encontrarla (cfr. Mt. 16, 25; Gál. 6, 13). Toda la vida de Jesús, desde su Encarnación hasta su muerte en cruz, es un servicio a la humanidad, a cada hombre, a cada discípulo. El ideal que nos propone Jesús,  es totalmente alcanzable, no una quimera; ÉL es el primero en cumplir esta ley del servicio al prójimo. Su venida desde el Padre, su palabra tiene esta misión: su voluntad es servir hasta el final. El Hijo del Hombre vino a dar su vida, en rescate de los  pecadores; da su vida para recuperarla. El discípulo tiene un modelo excelso en su Señor, lo mismo la Iglesia, don de su amor al mundo.

Santa Teresa nos invita a tener ánimo para superar los trabajos que supone ser discípulo de Cristo. “Tengo para mí que quiere el Señor dar muchas veces al principio, y otras a la postre, estos tormentos y otras muchas tentaciones que se ofrecen, para probar a sus amadores, y saber si podrán beber el cáliz y ayudarle a llevar la cruz, antes que ponga en ellos grandes tesoros. Y para bien nuestro creo nos quiere Su Majestad llevar por aquí, para que entendamos bien lo poco que somos; porque son de tan gran dignidad las mercedes de después, que quiere por experiencia veamos antes nuestra miseria, primero que nos las dé.” (Vida 11,11).