Lectio Divina Miercoles Sexta Semana de Pascua - P.Julio Gonzales C. ocd

09.05.2013 16:43

 

Lecturas bíblicas

a.- Hch. 17, 15. 22-34; 18,1: Discurso de Pablo en Atenas.

Este texto, nos presenta a Pablo en Atenas, donde una lectura atenta, nos habla de una ciudad con muchos templos paganos,  y dioses a quien rendir culto, escuelas de filosofía, hombres sabios que discuten y dialogan. Atenas, era la representación del mundo de la filosofía griega, y en particular, la filosofía estoica. Entre las discusiones con los filósofos y el discurso en el Aerópago, encontramos las discusiones que Pablo sostenía con los judíos en la sinagoga (v.16). Propiamente, el discurso es una fuerte crítica a la idolatría que contemplaba en la ciudad, lo mismo que el culto, sacrificios y fiestas paganas, etc. La filosofía dominaba la vida de los atenienses, con una gran carga teológica también en ella, la del momento era la corriente estoica. ¿Cómo dirigirse a ellos? Recurre a la literatura y la revelación natural que Dios ha hecho de sí mismo, como lo enseñaban los poetas y filósofos. Pablo usa la filosofía estoica y citas del A. Testamento para hablar de Dios como Creador del mundo, como también, Dios no necesita de nadie, ni de templos, ni tampoco de sacrificios. Temas comunes a la fe judía y a la filosofía griega (cfr. Gn. 1, 1; Is. 42, 5). Pablo lo que hace es llevar a sus oyentes hacia el Dios desconocido, es decir, no conocen al Dios verdadero, sin embargo, lo adoran. Excelente plataforma, para remontar el discurso hacia el Dios desconocido. Si bien, había grande aproximaciones entre ambas corrientes, el salto del paganismo a la fe, pasaba por la resurrección de Jesucristo, la que no fue aceptada por los filósofos del Aérópago, convertida en piedra de escándalo para ellos. Dios se reveló a su pueblo, pero además  a los paganos, si bien parcialmente. Todos los hombres pueden ser salvos, si se convierten al Dios verdadero, para ser juzgados por Jesucristo,  que resucitó de entre los muertos y está sentado a la derecha del Padre.

b.- Jn. 16, 12-15: El Espíritu Santo os guiará hasta la verdad plena.

Este pasaje de Juan, nos habla del poco tiempo que tuvo Jesucristo para enseñarles a los apóstoles todo lo que hubiera querido. Quedaban muchas cosas por comunicarles, pero también hay que contar con la falta de compresión de los apóstoles para recibir todo ese caudal, todo su magisterio. Es el propio Juan, quien nos dice que muchas cosas no fueron comprendidas por los apóstoles, cuando sucedieron, sino después de la resurrección (cfr. Jn. 2, 2; 12,16; 21, 24-25). La verdad completa, no se refiere a un catálogo de verdades que nos revelará el Espíritu Santo, sino, profundizar en el misterio de la persona de Jesús y su obra, su misterio pascual, la universalidad de la salvación, el llamado a construir el Reino de Dios, etc. Evidente los discípulos tampoco tuvieron tiempo de asimilar todo esto “in situ”. Será a la luz de la resurrección y de Pentecostés y el trabajo evangelizador de la Iglesia que germinarán las enseñanzas de Jesús con una primavera doctrinal y pastoral, fecundada por la acción del Espíritu Santo. Surgirá la claridad en las mentes y en el corazón la luz del Evangelio, con la férrea voluntad de Iglesia de pastorear la vida de los hombres. Buen ejemplo de todo esto son las cartas escritas por Pedro, Pablo, Juan, cuyo contenido es precisamente el desarrollo de todo lo enseñado por Jesús. Fue ÉL quien predicó la verdad completa, y no el Espíritu Santo, lo suyo será guiar la reflexión de los hombres, a una mayor profundización de su misterio salvador. Este tema de la verdad completa, no contradice, lo dicho anteriormente, que a sus discípulos ha revelado todo lo que ha oído al Padre (cfr. Jn. 15, 5).  A lo largo de la historia de la Iglesia, juega un papel muy importante, el espíritu de profecía, extendiendo, no tanto la mirada al futuro, como centrado en el presente que había que interpretar. Esa fue la misión confiada a los profetas del A. Testamento, descubrir la profundidad y el trasfondo de los acontecimientos del momento, para convertirlos en un lugar teológico. La tarea confiada a la comunidad eclesial y al Espíritu Santo, es profundizar desde el misterio de Jesucristo, la dimensión profética de los acontecimientos que presenta cada época de la historia de la Iglesia y la sociedad. Este mismo Espíritu, es el que glorificará a Jesús, luego de su humillación en la Pasión, corresponde la máxima exaltación, su elevación hacia el Padre. Sólo el Espíritu Santo, que conoce los secretos del Padre, como el Hijo, puede dar a conocer a Jesucristo, como el enviado de Dios para comunicar al hombre la salvación.

Santa Teresa de Jesús, se alegra de vivir la experiencia de la reunión de los Tres en su espíritu.“¡Oh ánima mía! considera el gran deleite y gran amor que tiene el Padre en conocer a su Hijo, y el Hijo en conocer a su Padre, y la inflamación con que el Espíritu Santo se junta con ellos, y cómo ninguna se puede apartar de este amor y conocimiento, porque son una misma cosa. Estas soberanas Personas se conocen, éstas se aman y unas con otras se deleitan. Pues ¿qué menester es mi amor? ¿Para qué le queréis, Dios mío, o qué ganáis? ¡Oh, bendito seáis Vos! ¡Oh, bendito seáis Vos, Dios mío para siempre! Alaben os todas las cosas, Señor, sin fin, pues no lo puede haber en Vos. Alégrate, ánima mía, que hay quien ame a tu Dios como El merece. Alégrate, que hay quien conoce su bondad y valor. Dale gracias que nos dio en la tierra quien así le conoce, como a su único Hijo. Debajo de este amparo podrás llegar y suplicarle que, pues Su Majestad se deleita contigo, que todas las cosas de la tierra no sean bastante a apartarte de deleitarte tú y alegrarte en la grandeza de tu Dios y en cómo merece ser amado y alabado y que te ayude para que tú seas alguna partecita para ser bendecido su nombre, y que puedas decir con verdad: Engrandece y loa mi ánima al Señor” (Excl. 7,2).