Lectio Divina Viernes Despues de Ceniza - P. Julio Gonzales C. ocd

15.02.2013 11:09

 

a.- Is. 58, 1-9: El ayuno que Dios quiere

A las quejas del pueblo acerca de su observancia de la ley y del ayuno, que al parecer no sirve de nada ante Yahvé, porque  no oye ni entiende nada, se contrapone la voz del profeta, que denuncia la hipocresía de las clases dirigentes. Si era tan importante el día de ayuno, ese día como un acto social, debían privarse el rico y el pobre, para ofrecer su ayuno, sentirse iguales. ¿Qué les reprocha el profeta?  El día de ayuno, los ricos hacen sus buenos negocios, cuando venían los peregrinos a Jerusalén los engañaban. Ese no es el ayuno que agrada al Señor. El quiere que se respeten los deberes morales y derechos humanos con el prójimo, desde lo más básico como la comida, casa, romper las cadenas y los yugos, etc. Son las obras de misericordia, de las que hablará Jesús en su discurso escatológico, de las que dependerá la entrada en la vida eterna, el día del Juicio final (cfr. Mt. 25, 31-46).   Se trata de la verdadera religión, la que brota de lo interior, la que exigieron todos los profetas después del exilio. Ellos vigilaron que se cumplieran todas las exigencias éticas del AT. En esta lectura, se busca que el hombre razone, y se convierta al Señor de verdad. A pesar de la palabra profética, el legalismo llegó hasta los tiempos de Jesús, y también hoy muchos conservan ese espíritu hasta los nuestros.

b.- Mt.  9, 14-15: Discusión sobre el ayuno.

“Entonces se le acercan los discípulos de Juan y le dicen: «¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos, y tus discípulos no ayunan?» Jesús les dijo: «Pueden acaso los invitados a la boda ponerse tristes mientras el novio está con ellos? Días vendrán en que les será arrebatado el novio; entonces ayunarán.” (vv. 14-15). Lo primero que hay que decir al respecto, es que el ayuno no tan fue importante, para la primitiva comunidad cristiana. Lo más importante para Jesús, es que han llegado los tiempos mesiánicos, tiempos en que se cumplirán todas las promesas del AT., tiempo del Reino de Dios en  medio de la vida de los hombres. Jesús es el Mesías esperado, el Esposo de las bodas que  están por celebrarse: bodas de Dios con la humanidad redimida. La celebración de las bodas, es tiempo de gozo y salud, tiempo de salvación. Cristo se presenta como el novio, el Esposo, el portador de los bienes prometidos, bienes que traen la salvación. La Biblia, usa la imagen del matrimonio, en otras  ocasiones, la novedad está en que Jesús se presenta como el novio, es decir, asume el contenido del símbolo utilizado por Dios, para plastificar su relación de amor con su pueblo (cfr. Os. 2, 18-20; Is. 54, 5-6). ¿No sabían los judíos que algún día Yahvé se iba a presentar a Israel, como el  esposo fiel, como un verdadero marido para su pueblo? La respuesta es afirmativa, y ahora se ha cumplido. La segunda cosa importante, es entrar en el círculo de los amigos del novio para alegrarse con ÉL. Es la misma alegría que experimentó Juan Bautista, cuando confirmó que había llegado el tiempo de  bodas de Jesucristo con la humanidad: “Vosotros mismos me sois testigos de que dije: “Yo no soy el Cristo, sino que he sido enviado delante de él.”El que tiene a la novia es el novio; pero el amigo del novio, el que asiste y le oye, se alegra mucho con la voz del novio. Esta es, pues, mi alegría, que ha alcanzado su plenitud.” (vv. 28-29). Es tiempo de alegría desbordante, porque se es parte de la familia de Jesús, porque se hace su voluntad en la  propia vida y porque invitados a su boda son cada hombre que lo acepta y reconoce como enviado del Padre y Mesías. La vida teologal acompañada de una vida sacramental y de oración ferviente mantiene ese clima espiritual de alegría por estar siempre cerca de Jesús, Esposo del alma cristiana. Cada Pascua de Resurrección, el bautizado renueva su alianza bautismal con Jesucristo resucitado, alianza siempre nueva para quien cree en el Dios de la vida verdadera.

Santa Teresa de Jesús en su condición de esposa de Cristo, supo responder desde su condición de mujer contemplativa a esta realidad, abriendo con su experiencia dolorosa y festiva, caminos para el alma femenina en este aspecto de la vida religiosa. Toda esta experiencia, nace de su condición de orante, que se sabe amada por Jesucristo, llamada a velar por su honra en la Iglesia y en la sociedad. Quiere acompañar a su Esposo hasta el Calvario y la Resurrección: “O somos esposas de tan gran Rey, o no. Si lo somos ¿qué mujer honrada hay que no participe de las deshonras que a su esposo se hacen?” (CV 13,2).